Cabe entender el encuentro entre un psicólogo y quien le consulta, como una confrontación en torno al gusto de convencer.

 De un lado, se perfila nuestro consultor, con una convicción sin fisuras y, del otro, vela sus armas el psicólogo sumido en un mar de dudas, pero convencido de su tarea.

 La única diferencia es que a quien consulta le importa poco lo que piensen los demás sobre su padecer, mientras que el psicólogo siempre cae en la tentación de dar buenas razones y argumentar a troche y moche.

 Es su derecho… en cierto modo, su obligación… hasta cierto punto, pero,  sin duda alguna,  su debilidad…

Sin embargo, persuadir sólo conduce a la sumisión y al servilismo, y a la sustitución de la verdad por la obediencia.

 Hay que sacar de las consultas tanta  invitación persuasora, y dedicarse a tratar de entender, lo que para el paciente significa lo que hace.

 Dice Williams James que “El arte de ser sabio es el arte de saber qué pasar por alto”.