El cristiano, se lleva mal con los deseos.

Sobre todo con el deseo sexual, y sus trastornos, al que siempre ha revestido de culpa.

También de pecado, o de propuesta de ascetismo y celibato.

 El cristianismo se siente muy incómodo ante él.

No solo por los actos de placer, sino también por su presencia en las intenciones…

en eso que dicen… malos pensamientos, y sin embargo, como muchos, es un deseo ineludible.

 No ha ocurrido así con otros, como por ejemplo el deseo de poder.

Antes al contrario, cristiandad y poder, siempre han hecho buenas migas

.Ante el deseo, hay dos modos de entender la vida.

Una, dejarse vivir pasivamente.

Y otra, tratar de guiarla activamente, intentando diseñarlo y fabricarlo.

 El deseo hay que construirlo.

Si no fabricas una espera, el deseo zozobra, y para conseguirlo hay que trazar un plan mezclando la lentitud y el diseño.

La ambición, la gloria, los ideales, también pasan por entero por nosotros.

Todo deseo es sentido y hablado.

Es cuerpo y cabeza.