El sujeto, cualquiera de nosotros, construye yoes.

Pero ¿qué hace el sujeto con sus yoes?

Algunos no vuelven a ser usados, porque no hay ocasión para ello, o porque no deben ser usados (los motivos del sujeto para esta abstención son muy varios: intelectuales, morales, estéticos, y, si se puede decir en una sola frase, se tratan de yoes desafortunados con los que el sujeto – dirá Castilla-  “no logró el propósito pretendido” en su actuación, por lo tanto, “no me sirven”.

Otras veces se trata, con mayor o menor eficacia, de destruir tales yoes (mediante formas racionalizadas de negación –“no hice así”-).  Por último, las más de las veces se asumen y se almacenan, porque hay una memoria de yoes, la memoria evocativa, lo que llamamos evocaciones, en las cuales el sujeto no se limita a recordar la situación que vivió, sino a él mismo  re-viviéndola.

Los yoes imaginados, no siempre son exteriorizados ni puestos en escena. Pueden ser inhibidos ante el temor del sujeto a su fracaso con ellos, o sencillamente porque, al verificarse la relación con el contexto, se advierte que no tienen ya “razón de ser” porque el contexto es muy otro.