Somos muchos y uno solo al mismo tiempo.
Con todo lo que entraña de no fiable, gracias a la memoria evocativa de las situaciones que hemos vivido, es decir, de la memoria de nuestras actuaciones, tenemos biografía.
Una biografía que, siempre tiene, por la razón que se acaba de aducir de desplazamiento hacia el protagonismo, un componente de autoengaño, o cuando menos de ficción.
Aun así, gracias a la memoria evocativa –a la serie de evocaciones que hacemos de nuestras situaciones experimentadas- se conserva la continuidad de la persona en la construcción de yoes tan dispares como lo son todos aquellos con los que actuamos a lo largo de nuestra vida.
Jaspers hablaba, de la mismidad (“soy siempre el mismo”) del sujeto en sus yoes. Significaba con ello la conciencia de que nos reconocemos “el mismo” pese a recordarnos distintos, y nos sabemos continuadamente “el mismo”.
De todas formas, de acuerdo con la teoría del sujeto como constructor de yoes, la diferencia entre biografía y autobiografía es sobresaliente, cuando menos en una situación ideal.
En efecto, si la persona es inaccesible para los otros, que acceden sólo a sus yoes públicos y por lo tanto a los que deja ver, entonces es por principio indefinible y sólo descriptible a partir, claro está, de sus actuaciones observables.
Esto vale también para la autobiografía, por cuanto en ésta siempre hay cuando menos una selección de actuaciones, si bien cabe la posibilidad de que se añadan en la descripción yoes imaginados, fantaseados y hasta soñados.
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