La consulta del psicólogo, en ocasiones se convierte en un confesionario cómodo en el que el paciente busca más “perdón” que tratamiento.
A cuenta de nuestros “servicios verbales”, un tanto de comprensión y mucha mano izquierda, este tipo de personas que prefieren penitencia, quedan normalmente satisfechas.
Una opción, es la de dar normalidad a lo que nos cuentan, y que curiosamente, salvo para él, suelen ser cosas dentro de lo corriente.
Como el “dolor de corazón” es un dolor incómodo, la mala conciencia tres cuartos de lo mismo, y el refugio religioso ha decaído en su uso.
El psicólogo, suele ser un sucedáneo que el afectado busca con el propósito de expiar sus culpas.
Antes, la confesión religiosa, cumplía, como tratamiento, en estos trances.
Hoy es la consulta psicológica la que de alguna manera suple este papel.
La ventaja, es que además de aliviar culpas y desafueros, la consulta obliga al terapeuta a intentar – por lo menos –
poner en orden y colocar las cosas en su sitio.
Una ventaja que favorece las preocupaciones de los pacientes y alivia su malestar.
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