El yo es la representación con la que el sujeto se propone obtener de los demás la mejor de las imágenes posibles.

Sobre todo de cara a la relación y a la satisfacción derivada de ella.

Esto quiere decir que el sujeto construye el yo como un sistema de signos, como un discurso articulado.

En suma, la persona se constituya como un mensaje, mediante el cual pretende que el otro, por una parte, se forme la “estampa” que él anhela provocar y, por otra, que acepte su propuesta”.

La pregunta que implícitamente hacemos en toda relación es una pregunta sobre el sujeto, a saber: ¿qué se propone al hacer lo que hace?

Alguien camina ante alguien, se dirige a un determinado lugar, pero, ¿no pretende que el que le observa adquiera de él una determinada imagen, la que sea, de elegante, de abstraído en graves problemas, de orgulloso o displicente?

¿Qué imagen intenta que los demás construyan de él cuando da una clase o pronuncia una conferencia?

El yo, pues, es una construcción con un sentido, esto  es, una construcción de signos al servicio de de lo que el sujeto con miras a que el receptor asuma la imagen ofrecida y le confirme en su identidad.