El ser humano, tiene siempre carácter de personaje representativo de sí mismo.

Esto ocurre tanto lo mismo si es veraz (en cuyo caso emerge sin dificultad alguna) que si es mendaz y, en la expresión habitual, se trata de un yo simulado.

Conviene aclarar, a este respecto, que en esta teoría de la persona no hay lugar para yoes simulados.

¿Qué se quiere decir con esto?

Que el yo que se ostenta es un yo impuesto por las reglas del contexto.

Así son todos, salvo en el caso de mi intimidad.

En mis yoes íntimos, y aun en éstos no dejan de regir en ocasiones reglas contextuales más propias de los yoes públicos.

Es sabido que la introyección o internalización de normas morales dificultan, cuando no imposibilitan la construcción de un yo íntimo deseable.

Lo interesante de situaciones como éstas, es el hecho de que el sujeto pone en marcha yoes de distinta índole, según sean para actuaciones públicas, privadas o íntimas, y que en ocasiones, junto al yo exteriorizado y, por tanto, público, otro permanece en el espacio privado o en el íntimo.