La psicología con niños, supone en el terapeuta, es encontrar las palabras para expresar lo que ha entendido, sin hacer crítica de los esfuerzos de los padres, pues hacerlo supondría incrementar su culpabilidad y resistencia. Hay que ayudarlos a reconocer que el niño, en general, tiene sus motivos para exhibir determinado comportamiento. Además, hay que incorporar al discurso de los padres, comprensión respecto de sus propias razones para manejar la situación del modo que lo estaban haciendo. Quizá esta es la tarea más difícil en un planteamiento de entrevista terapéutica.
Quiero hacer una breve reflexión, sobre lo que para los padres significan los estudios, también para la sociedad en su conjunto, y que de refilón he apuntado al principio de este trabajo.
Quienes trabajan en psicología infantil, conocen que el fracaso escolar suele ser atribuido a tres causas principales: Causas socioculturales, causas institucionales y causas psicológicas, y de estas tres, naturalmente como psicólogos que somos, nos quedamos con estas últimas buscando, en no pocas ocasiones, trastornos más relacionados con factores cognitivos que con factores afectivos o emocionales.
Sea su origen cual fuere, creo que no nos alejamos mucho de la verdad, si consideramos que la propia terminología materializada en “fracaso”, conlleva un señalamiento generalizado a quien lo padece. A quien se le impone el “luminoso” o la etiqueta de fracaso escolar, lo primero y quizá único que alcanza a ver es la palabra fracaso. “Soy un fracaso” puede ser muy bien la forma de pensar que se le ha impuesto de una manera, creo yo, bastante violenta.
Amortiguamos muchos de los diagnósticos, y eliminamos palabras que “se ensucian” en nuestra forma de nombrar. Ya no decimos “anormal”, “tarado”, “deficiente” “minusválido”, sustituyendo estas nomenclaturas por las de “discapacidad” “disfuncionalidad” o “movilidad reducida”… Y sin embargo, está a la orden del día la terminología “fracaso escolar”, una terminología, por cierto, aparecida no hace tanto, y que sin embargo resulta muy poco piadosa con quien tiene que soportarla (niños y jóvenes). Sé que suavizar nomenclaturas, no deja de constituir un eufemismo. Pero “suavizarlas” no hace mal a nadie. En última instancia, todo el mundo sabe de lo que se está hablando, y tener especial consideración hacia el segmento de la población constituido por los niños, creo que evitaría retraumatizar a quienes ya de por sí se encuentran con menos estrategias de defensa.
Comentarios recientes