Las repercusiones psicológicas de la globalización, dice Antonio Marina, no consiste en que la educación sea el único elemento válido para la resolución de problemas, aunque sí clave.

Frente a la demoledora globalización a la que estamos sometidos, Marina aporta una visión alternativa, que se concreta en globalizar, no la economía o el comercio o las finanzas, que es precisamente lo universalizado,  sino la educación, la justicia y la ética, cosas que nos tocan muy de cerca,  pues son o deberían ser “moneda única” en las relaciones entre  humanos.

Quién sabe si no se trata, por parte del gobierno “de turno” de una renuncia al ejercicio de  la responsabilidad, a un “dejar hacer y pasar”, a propuesta de esos poderes globales, a pesar de ser ajenos.

Si aceptamos que nos encontramos frente a problemas globales, necesitaríamos, en consecuencia, una educación global. La educación en valores que podría dirigir la potencialidad de los jóvenes hacia una globalización basada en la transmisión de  principios universales éticos y democráticos, como alternativa los economicistas, financieros  y  administrativos.

El texto Múltiples culturas, una sola humanidad, nos pone frente a presupuestos que hoy forman parte de un vivir diario… casi de la cotidianeidad:

  1. Múltiples culturas: esa es la realidad con la que convivimos. Representan, de alguna manera el pasado, que es precisamente lo que somos, y que hemos heredado de milenios de historia humana, incluidos los pasados más recientes, los vividos; esos de los que hemos sido espectadores y partícipes. Esos pasados próximo y cercanos.
  2. Una sola humanidad: representa, quien sabe, si el futuro, “… futuro, hoy cada vez más corto tanto en miras como en distancias”, tal y como apuntara I. Kant.

Y sin embargo, ante esta aspiración  unificadora, se levanta, quizá como resistencias, un tercero invisible: esos elementos intermedios e intermediarios que son las fronteras; que separan a unos y “con las mismas”, conectan a otros.

Fronteras que precisamente por delimitarnos,  nos llevan a buscar activamente diferencias y a tomar viva conciencia de su presencia, como si buscáramos una “denominación de origen”, que nos diferencie y autentifique “siendo de…”, y esto, en oposición a ese sentimiento que viene cundiendo de ser absorbidos  por ese afán  mundializador que nos disuelve en un todo común,  y que confunde  “lo uno… con lo otro” generando una impresión de orfandad y de “arrebañamiento”.