Cuando yo me relaciono con alguien como terapeuta, cuento con la imagen que ese alguien ha de tener de mí y de la cual, de alguna manera, estoy advertido.

Mi relación con un paciente, no solo está determinada por el hecho de que ese sujeto cuenta conmigo en tanto que especialista.

También yo he de contar con él, además de cómo enfermo, como enfermo que ha forjado ya, antes incluso de conocerme, una imagen de mí como clínico.

Esto, se puede someter a reflexión, pero en verdad ocurre que en realidad, no se guarda idéntica actitud con el enfermo de estatus social alto que con el  enfermo de estatus social bajo, varón o mujer, joven o adulto, culto o inculto, inteligente o afectado de alguna discapacidad.

Ni, por supuesto, se tiene idéntica actitud cuando se actúa como terapeuta, como profesor, como amigo, como padre, como jefe, como subordinado, etc., respectivamente.

Lo que se llama “conciencia de sí”, es la totalización de la idea que tengo de “mí mismo” en esa esfera de mis acciones concretas de ahora, más la idea que los demás tienen de mí, más la idea que yo me formo de lo que los demás piensan de mí, como se ha señalado anteriormente.