Existe en cada uno de nosotros, de un yo íntimo.

El yo íntimo, es un yo particular de mí  y para mí mismo,  al que nadie,  salvo yo  tengo acceso, a no ser que lo convierta en privado, es decir, a no ser que  lo deje ver a quien yo decida dejarlo ver.

Es un yo que no se manifiesta al exterior: “un yo al que no damos publicidad, así como así”,

Es, realmente un yo mental, en el que guardamos nuestros recuerdos, hacemos nuestros proyectos, construimos nuestras fantasías, por ejemplo eróticas, y que puede guardar incluso aspectos que por la razón que sea, consideramos “inconfesables”, sin que necesariamente lo sean.

Es un Yo, si se quiere, “clandestino o secreto” constituyendo una parte de mí mismo como sujeto, en la que puedo imaginar el establecer una relación, el mantener un encuentro afectivo con quien yo elija, en “ser” protagonista de cualquier sucedo.

Puesto que los seres humanos se mueven en una doble vida, la íntima y la pública (también la privada pero como parte menos extensa de la pública), es lógico que para esta última, esto es, para mostrarse ante los demás, trate de construir yoes, cuando menos, aceptables, y a ser posible reconocidamente valiosos, de manera que, además, los mecanismos de defensa, procuren la ocultación de los otros yoes íntimos inaceptables socialmente.

Se dice sobre esto que “… el mejor yo,  no emerge ante el otro, ni en un determinado contexto, sin arreglo”. Queda implícitamente dicho que mi “arreglo” es “para el otro”, o lo que es lo mismo, para mi relación con el otro.