La locura: se delira, porque algo hay que ser. Consideremos que hay maneras y maneras de estar en el mundo. La locura, como la cordura, es una de ellas. Enloquecer, no es sino ser en un mundo.

Bien es verdad que cada cual vive en su mundo, y desde nuestro egocentrismo nos construimos el propio… “a nuestro modo”;  pero los demás… nos lo entienden.

En cambio, y esto es lo desesperanzador, el loco vive en un mundo  que no concuerda con el del resto de sus semejantes y por lo tanto, y solo en  este sentido,  es único. Un mundo que no comparte… porque no puede ser compartido.

Es así como la soledad de quien padece la locura, es una soledad invasiva…

¿Qué es la psicosis?

El psicótico vive “en aquel  mundo” y no “en este”  y es  precisamente esa insalvable distancia, la que concede a su realidad el ser particularmente suya, no pudiendo ser de nadie más.

Las más de las veces, “aquel”  mundo que tiene que crear el psicótico, es un lugar donde poder estar,  porque la realidad que le rodea, esto es, “el mundo de todos los demás”,   este mundo, no es el suyo y ha tenido que evitarlo porque se le hace invivible… por eso se tiene que exiliar a aquel  mundo único en el que poder existir.  

Don Quijote de la Mancha… decía, creo que con acierto,  que el delirio tiene que ver, principalmente, con las frustraciones de la vida. Con el… “yo tenía que haber sido un gran artista, un gran médico, un gran escritor…  un caballero”…, pero un día descubres que se te ha pasado el tiempo… Entonces aparece el delirio, que tiene que suplir a eso que no se ha podido ser… siendo, como desde una última oportunidad,  lo  que ni se es… ni se será.

En términos psicológicos, psiquiátricos, técnicos, u otros de menor culto, más de diario, diríamos que el loco, “hace locuras”, eso que técnicamente denominamos “actuaciones psicóticas”, y que se oponen a lo que consideramos como “acciones cuerdas”;  a  la “cordura” que parece asistirnos y de la que tendemos a presumir en sus productos como hechos inteligentes y razonables… como si fueran los únicos posibles de sentido.

Formas de estar en el mundo.

Cordura y locura, son estados mentales propiamente humanos, gracias a una propiedad que solo los humanos (creemos) poseemos, y que es la  reflexividad, esto es: la capacidad que tenemos de pensar sobre nosotros mismos, y mediante la cual (cualquiera puede experimentarlo) el ser humano queda “virtualmente” convertido en dos, escindido y dividido sin por ello enloquecer. Así es como, por momentos, nos volvemos, por un lado, un “ser humano conocedor” (de sí mismo en este caso), y por otro, un “ser humano al que se ha de conocer” y que, paradójicamente, es coincidente con el anterior. Ambos dos resultan ser el mismo… es más, son “uno  mismo” y bien mirado, esta capacidad a la que me refiero, ya supone de por sí un verdadero desdoblamiento,  aunque reconozcamos que la llevamos a efecto “con la razón intacta”, siendo conscientes de  que ambos dos que en esos precisos momentos somos, son fruto solo de uno.

En la locura, no ocurre así, sino que acontece que una parte de la persona que la padece, es concebida como ajena a sí mismo (aunque le pertenezca) y no la reconoce como suya…. Así empieza, corrientemente (decir normalmente se me parece una paradoja) la psicosis.

Pero esta división a la que aludo, la locura en sí, fue compañera de infancia en todos y cada uno de nosotros. ¿Quién no recuerda, cuando de  niños, operábamos con “la realidad” precisamente de este mismo modo? Podría decirse que todos los escenarios que durante el juego  nos “figurábamos” (que mentalmente construíamos) nos eran externos y los tratábamos como tales. De niño, en el juego, mi objeto mental (ya fuera “mi Corcel”, “mi Castillo”, “mi Princesa” o mi “enemigo”) se convertían por el arte del “buen jugar” en objetos “empíricos” –como si por fuera de mí estuvieran,  concediéndoles el mismo grado de realidad que a cualesquiera otros externos a mí.  Así jugábamos a ser “Super X” y de hecho, en ese preciso momento lo éramos, y accedíamos a nuestra “Castillo” para luchar con aquel “Enemigo” que con malévolas intenciones pretendía arrebatarnos el amor de nuestra “Princesa”.

Espacio interior y espacio exterior de la persona.

A medida que crecemos aprendemos a diferenciar los objetos externos e internos en precisamente estos dos conjuntos o clases, y en consecuencia a tratarlos de modo distinto a cada uno, según lo “lógicamente” adecuado y nos instruimos en diferenciarlos, con esa cualidad limitadora que conlleva siempre la elección, reconociendo lo que es el espacio interno (puramente mental) y el espacio externo (empírico), dándonos cuenta de que lo que producimos desde nuestra mente solo allí tiene realidad.

Pero hay rincones de nuestros pensamientos, que de improviso,  se desplazan sin querer -o queriendo-, y saltan por fuera de nosotros, resultando que, siendo como son  construcciones mentales propias, trascienden de repente al mundo de las cosas…  entonces,  surge el delirio y todo su cortejo de “invitados” que lo circundan, pero con una particularidad para quien lo padece: él no sabe que esto que ocurre… no está ocurriendo para el resto de los mortales, siendo así que al mismo tiempo que participa de un privilegio que solo a él le acontece, queda envuelto en un tormento que toma calidad de real y de cierto. Y cada vez que, sin engaño alguno, nos indica que escucha aquello que nosotros no escuchamos, y cada vez que nos indica que ve eso que tampoco alcanzamos los demás a ver, él si lo escucha y ve, en ese mundo sobrevenido al que “los otros” no tienen acceso, y puesto que visto y escuchado, tiende a razonar –de forma inteligente casi siempre- sobre lo que le acaece allí …  y solo allí, en ese “otro lugar donde establece relación con sus cosas”.

Toma así, esa expresión que dice que  “el loco disloca”, completa exactitud. El loco, cambia de lugar al objeto sobre el que delira o alucina (de mental lo vuelve empírico), y yerra precisamente porque lo cambia. Pero no lo cambia “a sabiendas”  de hacerlo; lo cambia… porque así le acontece y sin que nada pueda hacer para impedir tal suceder, aunque quisiera.

Cómo entender el pensamiento psicótico.

“Los otros”, “los cuerdos” que no estamos “en esto” que les pasa a quienes padecen tales reveses, nos basamos en lo que observamos de los demás (a veces se nos escapa ver en nosotros mismos), y como viene a ser costumbre, reconocemos de los otros su razón o su locura por las actuaciones que llevan a cabo, y a veces, con cierta altivez por parte de quien está facultado para ello, imponemos, a quienes no coinciden con nuestros haceres (con eso que convenimos como normal) un diagnóstico, un “nombre y apellido” sibilinamente rebuscado de entre los tantos que “los manuales de diagnóstico de los trastornos mentales” proponen para “casi cualquier cosa” y que, seguramente, pesará más que los heredados desde lo familiar, y que le acompañarán, como un estigma … para toda su vida.

Somos muchos los que pensamos que la definición clásica de delirio “como una interpretación o creencia errónea, con carácter de cierta y, por tanto, incorregible, pese a todos los argumentos en contrario que puedan darse al paciente que lo presenta, siendo inmodificable ante toda prueba de realidad que a quien delira se le ofrezca” ha de ser rectificada en su fundamentación lógica y clínica, ya que el delirio, no es una interpretación, ni una creencia.  Debiera serlo, pero, el delirante no lo vive como tal, sino que lo vive como evidencia, como verdad, como realidad y de aquí su incorregible certidumbre. El “sabe” que está en lo cierto de lo que expone, y expone de lo que se sabe conocedor.

El tema de la psicosis.

El  “loco”,  no es “loco” en todo.  El  loco lo es, con respecto a una temática que se convierte en objeto de su locura y de la que se hace “especialista”.  La frase “cada loco con su tema”, está plena de sentido y de verdad.

En la psicosis el paciente disloca en su locura, y lo hace, precisamente, sobre el tema que constituye, en el fondo,  su gran problema personal, su “problema vital” desde el punto de vista de él como sujeto de relaciones. Le ocurre que se encuentra en muchas ocasiones anclado en esa “trama”, como “ofuscado” con una idea, sumido en una preocupación que no ha sabido o no ha podido “metabolizar”, como dicen ahora; preocupación que “le ha llevado” a la situación que en estos momentos,  y a ratos, “se adueña” de todo su ser. Por esta razón, es tan importante ocuparse “del tema” de su locura, ya que constituye una forma de esclarecer los parámetros de su aflicción, porque ahora son “su mundo”, “su realidad”.

Lo visto solo por él, es verdad; y es verdad, porque es nítidamente percibido. Intentar hacerle ver que los objetos o ideas que propone carecen de existencia real, no es posible, porque sus experiencias internas (voces, imágenes…), se le presentan con carácter de ajenos a él mismo, en definitiva de extrañas a su propio ser… vienen de fuera… y siendo así, no puede reconocerlas como (“cosas”) suyas (a pesar de serlo).

El delirante no cree que …, o lo que es lo mismo, no supone que…. El delirante asegura (y asegura porque está seguro), y su convencimiento deviene de la evidencia que para él posee aquello sobre lo que se pronuncia. El delirante sabe que… le miran, le leen la mente, le escuchan, le critican… sabe que “el final de los tiempos es inminente”, y sabe también que si él quisiera, con un abrir y cerrar de ojos, podría dañar o sanar a quien se propusiera.

En la locura, no es  el dogma sino la “videncia”  que se impone como cierta. No pasa como suele ocurrir en la “creencia”, la religiosa sin ir más lejos, en la que el creyente no tiene evidencia, y por eso precisamente “cree”. En el delirante religioso, cuando es paciente, no cree, sino que afirma, y por eso se convierte en vidente.  Él ha visto a Dios, incluso… ha sido elegido por Él y…  en  fin,  dispone de facultades suficientes para inter-comunicarse sin impedimenta alguna… con los Cielos. Así es como nos lo hace ver en la práctica clínica. Quien escucha al que le sobreviene tal padecimiento, observa como el delirante se mueve con una seguridad de la que los “normales” carecemos. Sabe, “a ciencia cierta” lo que ocurre, porque como ellos mismos dicen “saben leer en las palabras, en los gestos, en las posturas, en la forma de andar…  el significado que para los demás permanece oculto”.

Como muchos han sabido ver, el gran tema del delirante, a parte las propuestas clasificatorias de tratados y manuales, es ante todo él mismo, cosa que viene a demostrar que la grande y primordial preocupación del ser humano es, concretamente, su propio ser.

Todos nosotros, cualquiera, se encuentra permanentemente en una relación sujeto-entorno social, es decir, con los demás; y de esta relación, unas veces salimos vencedores o exitosos, otras simplemente indemnes, y en ocasiones frustrados. Toda relación, esto no es nuevo, supone un riesgo, mayor o menor, pero un riesgo del que puede derivarse una afirmación de sí mismo en forma de amistad, de amor o de mera aceptación por parte de los demás, aunque también de rechazo, incluso de descalificación.

Ante tales posibilidades, muchos adoptan como “defensa” ante el riesgo a fracasar, eludir el encuentro, al precio sin embargo, no ya de la posibilidad de éxito, sino de toda relación  “ … si no estoy con los otros, no me pueden rechazar”… Y pueda ser que ocurra que este retraimiento de la realidad encuentre una posibilidad de compensarse en el vuelco del sujeto sobre la fantasía, en una vida sustitutoria, esto es, en una vida con meros “fantasmas” de la realidad…  “no estoy con los otros… estoy conmigo mismo y con lo que de mi produzco en mi imaginación y en mi fantasía”… “esono me puede rechazar,  porque es mío…”

La fantasía psicótica, si queremos decirlo así, que sobreviene en el delirio, ofrece una “ventaja” sobre las “fantasías normales” que son las que tenemos todos: y es que al ser de cierto, en el alienado, realidad, queda él mismo suplantado como (no puede ser de otra manera) parte de ella… “ahora no soy yo, sino que soy este otro yo. Ahora los otros, no son los otros que eran, sino que son los otros que yo sé que son”. En la psicosis, el sujeto es el que fantasea ser y su realidad… también.Soy, precisamente –en mi locura – lo que he decidido y quiero ser”… y para que así suceda se necesita tener presente un detalle; no solo huir de la realidad,  además,  no hay que regresar a ella.

Pero la pregunta, es ¿por qué sustituir una y otro?

Origen de la psicosis.

Quien delira, ha de delirar por algo… no sin un por qué… y ese algo, necesariamente, ha de encontrarse en lo por él vivido. Este “salir corriendo” a otra realidad – la suplente- ha de ser debido a una intolerabilidad de lo que le circunda (nadie escaparía de “un mundo feliz”) debiendo ser de tal intensidad la misma, que no encuentra más que una única solución: “escapar” imperativamente de esa biografía. “Ecos” de ello nos llegan desde lo cotidiano a la consulta, relativos a lo dura que a veces se hace la vida… “es que  no logro ser mínimamente en ella”… “es que no puedo con ella”… y es así como el delirante se salva de su inanidad, construyendo una identidad y un mundo que le pueda, ahora sí,  gratificar… porque de ninguna manera antes lo hubo… El loco…  necesita ser,  porque nunca antes fue.

Siendo ahora, en este “mundo nuevo”, el psicótico se torna de alguna manera invulnerable, impermeable a toda realidad que se le oponga. Ahora, el psicótico ES, porque antes nunca pudo ser, ya que andaba en un mundo concebido como áspero y amargo, en el que la inadvertencia (cuando no la censura o el rechazo) le condenaba a NO SER.  Si es verdad que todo lo que el ser humano hace remite, en última instancia, al logro de una imagen de sí, cualquiera con la que ahora cuente en su delirio, ha de ser mejor que in-existir….  Al delirante “no le queda otra” que cambiar de identidad. Con mejores palabras,  Freud, mucho antes que cualquiera, ya lo advirtió: “en el conflicto del sujeto con la realidad,  siempre queda el último refugio de la psicosis para resolverlo, es decir, salirse de la realidad. De esa realidad…  que no  le deja ser”.

“Todos cambiamos de mundo”, también los que pretendemos llevar una “vida normal”: cambiamos al elevarnos o descender en la escala social, al promocionar de la Enseñanza Obligatoria al Bachillerato y la Universidad, al mudar de residencia por motivo de destino profesional… “otro mundo” se nos hace presente en el que nos encontramos con otras amistades, otros significados, otras relaciones a las que hay que atender o desatender, otros… que sustituyen al anterior. Pero hay una diferencia notable con respecto al mundo delirado, y es que estos “otros mundos” que se nos ofrecen “en la vida normal” a cada cual, son “mundos compartidos” o pueden serlo. En el delirante, esto no pasa. En el “mundo delirado” ocurre lo particular de todo delirio y es que esa  realidad del paciente, es particularmente propia, más aún, exclusivamente  propia;  de ahí el aislamiento, tantas veces encontrado, en quien padece este suceder.

Enloquecer es, al fin, una forma de existencia. Pero, además, es proyecto de existencia para el loco, su razón de vivir; de “hacerse en la realidad”.

Sin “ser” el que, gracias a su locura, ahora “es”, no es nadie. Por esta razón el  delirio se hace indestructible, y también por esto tiene y debe delirar.

El trabajo psicoterapéutico en las psicosis.

Quizá la tarea del clínico, o de cualquiera en calidad de alguien cercano es, cuando es posible, advertirle del donde es más conveniente que lo haga, y del cuando es procedente evitarlo… en un intento, no exento de dificultades, de que cobre expresión su “nuevo ser”… entre otras cosas, porque es imposible ahogar en el silencio lo que uno desea gritar a los cuatro vientos; al fin y al cabo “cada uno necesita decir quién  es…” Nadie es capaz de convencer al “loco” de su error, porque no puede ser convencido… en la locura… le va la vida…