Tristeza, angustia, depresión, son estados que todos hemos vivido en mayor o menor medida.

Debemos distinguir entre: pena y angustia. En la  pena, no hay angustia.

La pena, se experimenta en el duelo corriente por la pérdida de un objeto”. “En cambio, si existen vivencias en lo pasado en las que el sujeto se considere responsable, esto es, se sienta que ha participado en las circunstancias que han dado lugar a la pérdida del objeto, entonces, aparece la angustia”.

Junto a la pérdida real del objeto, e incluso más que por la pérdida del objeto (esto que sería la pena), aparece el sentimiento de culpa por la posible responsabilidad de la pérdida del objeto en cuestión.

Esto es precisamente lo que genera angustia”.

La angustia, pensémoslo, en ocasiones, cumple el cometido también de ser una forma de auto-castigo: “Mientras sufro, es señal de que pago mi culpa por lo que hice”.

Lo nuclear de la depresión, como ya se ha dicho, es la tristeza, pero debemos de tener en cuenta que en la psicología-psiquiatría convencional, los autorreproches, los sentimientos de culpabilidad, etc.,  se plantean como secundarios a la tristeza.

La pregunta en cuestión es: ¿Por qué se plantean como secundarios? ¿Por qué precisamente, no puede ser  que ocurra a la inversa?“

Si como es cierto, a los contenidos se les concede una significación, es lógico pensar que precisamente la tristeza, la pesadumbre, sea lo psicológicamente secundario, y sobrevenga, por esos contenidos mentales de autorreproches  y culpa”…

Lo lógico es presumir, que la pesadumbre, la tristeza en sí, la irritación, la perplejidad, etc., la susciten los contenidos mentales que ahora nos acucian y nos perturban.

Por las razones que sean, es cierto que al enfermo mental se le ha oído, pero no se le ha escuchado”.

 Cuando un enfermo deprimido, dice estar en la ruina, ser indigno, no valer para nada… esto, entre otras cosas, es lo que le produce la tristeza, estos pensamientos que ahora tiene, independientemente de que tales afirmaciones sean ciertas o falsas.

Nunca ocurre a la inversa como afirmaba la psicopatología clásica”.

De esta forma, cualquier nimiedad como un eczema, una enfermedad banal o crónica de menor importancia, etc.,  no debe ser entendida en su valor objetivo (que quizá sea ínfimo, o no lo tenga), sino que hay que considerar la  interpretación que el paciente le da y lo que para él es.

En este sentido hay que atender y fijarse en  la significación “de la cosa”, no como “cosa”, como ya se ha apuntado, sino como “vivencia de la cosa”.

Bajo esta perspectiva, reflexionémoslo, la caída del cabello en un varón, por ejemplo, puede significar nada, o puede significar todo.

Procediendo así, vemos que una circunstancia sin ninguna importancia para muchos, pero de significación profunda para el paciente, puede ser el punto de partida en él de una depresión.

La tristeza, y la depresión por tanto,  se  vuelve  aún mayor, si en esa  pérdida de objeto.

El objeto perdido resulta ser un objeto especial.

Porque las relaciones que mantenemos, esto ya se sabe, pueden ser “relaciones de objeto”, o “relaciones  objetales”.

En las relaciones de objeto, A se relaciona con el objeto B, y constituye objeto de relación sin más.

Pero en las relaciones objetales, A se relaciona con B, pero constituyendo un proceso de internalización del objeto: el sujeto A hace suyo al objeto B, pasando a constituirse como parte de “su mundo”. (Yo hago mía a mi pareja, por ejemplo).

Así, un objeto, deja de tener una relación “objetiva” conmigo, cuando ese objeto “se hace mío”.

Este proceso de internalización que se denomina como ya se ha dicho relación objetal, viene a ser definida como  “una relación de amor intenso e insustituible”.

 Si el sujeto A pierde al objeto B, una vez que entre ambos existe una relación que no es meramente objetiva sino objetal, dicha pérdida es una amputación del sujeto.

Entonces se produce una pérdida de objeto en sentido estricto, y en consecuencia, una depresión reactiva porque “algo/alguien, que era mío, deja a la fuerza de ser mío. Quedo pues sin él.”