Lo psicológicamente privado, hace que no sea cierto que la persona sea invisible. Por lo menos no lo es en su totalidad, sino parcialmente. Porque el sujeto se relaciona con objetos externos, se deja ver, o sea, se expresa.
No es que por un lado exista el sujeto y por otro su expresión (como en el pensamiento tradicional: por una parte el alma, el espíritu -incorpóreo-, por otra la manifestación corporal de éste), sino que la expresión es el sujeto, si bien la parte pública de él (la que deja ver y puede ser vista). Por tanto, lo que muestra, es solo algo de una parte -una gran parte- de él, a saber: el sector privado. Cuando la relación es, por el contrario, con objetos internos (realidad también, pero íntima, interior, mental), mediante lo que se conoce como reflexividad, el sujeto es observable entonces como dejando de hacer de sujeto para la realidad exterior, en la cual están, sobre todo, los demás. La expresión del sistema, su visualización, sirve, pues, a la necesidad de confrontarnos con el modo como funciona al hacer de sujeto aquello con lo cual hemos de interactuar.
Los sistemas que denominamos sujetos se comunican por lo que expresan, es decir, intercambian la información que emiten. El resto es silencio y, como tal, signo de inevitable ambigüedad.
Para expresarse hace falta que haya sujeto de la expresión. No es que el sujeto se esconda tras la expresión, es que la expresión es solo lo observable de él. Puesto que la expresión es la vía de acceso hacia lo no observable del sujeto, es obligado inferir la parte íntima del mismo a partir de su expresión.