Por regla general, las posibilidades de elección que la vida ofrece son limitadas. No se escoge, ya desde el principio, nacer hombre o mujer (otro – mi progenitor – puede escoger por mí hoy de manera asistida , pero no “yo”), ni hacerlo en un entorno socio-cultural o en otro, ni en un ambiente de riqueza o de adversidad, ni se eligen las capacidades intelectuales de que disponemos, ni las variadas circunstancias que la vida nos ofrecerá, ni, mucho menos, las imprevisibles veleidades del azar. Pero sí que creo que, como terapeutas, podemos proponer que es posible, siempre, la construcción de una identidad sentida como propia, individual e individualizada y que nos distinga de los otros; una identidad en la que recogernos como en un íntimo espacio protector frente a las presiones del entorno, aun cuando no siempre nos haya sido posible elegir ser quien nos ha tocado ser.

Pero ¿cómo se construye la identidad de la persona, la propia de uno mismo? … o ¿quizá debiéramos decir “sus identidades”? Y, lo que puede venir a ser algo parecido: ¿cómo construimos, para nosotros, la identidad del otro? … pregunta de nuestro propio interés, como seres humanos que somos, y por tanto dotados de insaciable curiosidad.