Una cosa  es la realidad dada, y otra la realidad vivida, que es la perspectiva que de esa realidad adquiere la persona: su significado.

Cualquiera que sea el panorama vivencial que de la realidad adquiero, lo acaecido, en todo caso, es una organización categorial hecha por mí.

Si tratamos ahora de delimitar cuáles son las categorías fundamentales de toda realidad vivida – es decir, aquellas que van a servir para revelar cuál es mi singular situación frente a la realidad objetiva.

Hay, en primer término, “una realidad sentida, pero desatendida aún”.

Se trata de una realidad que me condiciona y ante la cual y porque precisamente no estoy atento (con los cinco sentidos) a ella, solo puedo tener una relación que podemos llamar cosificante.

Por ejemplo, si yo no atiendo al escalón que ante mí hay, y que indudablemente condiciona mi relación con lo espacial de la situación en la que ahora estoy, mi relación con él es de pura cosa con cosa.

Y sin embargo, me condiciona, porque puedo tropezar con él, con las consecuencias que de ello puedan derivarse.

En segundo lugar, hay “una realidad percibida”, que como tal, lleva consigo un pre-juicio de valor.

De mi campo perceptual, de mi realidad, selecciono entre aquellos elementos que me importan (a mí) y aquellos otros que no me importan (a mí).

Hay toda una gama de intereses posibles.

Pero incluso, aunque se trata de una realidad percibida, y que no tiene por qué importarme, y de hecho puede no importarme, no obstante la percibo.

Es decir, he realizado un proceso positivo-activo con respecto a ella, y como resultado de esto, destaco lo que me importa de ella, que será aquello en lo que posteriormente me podré fijar